miércoles, 15 de diciembre de 2010

Una mañana decembrina...

Era temprano, ya casi todos –tres de cuatro– estábamos en pie y preparándonos para salir a las respectivas ocupaciones. Megan, mi pequeña de dos años con tres meses, aún dormía.

Me acerqué a ella e intenté despertarla cariñosamente, como cada día:
“Mamacitaaa…”

La pequeña ni se movió. Vi el reloj; aún podía dejarla unos minutos más en brazos de Somnos. El llamado para despertarla me había recordado una canción, con lo que tal llamado se convirtió en un intento de canto para alegrar la mañana.

♪Mamacitaaaa… ♪dónde está Santa Cloooosss♪
♪Mamacitaaaa… ♪dónde está Santa Cloooosss♪


… y así, tres o cuatro veces mientras atendía menesteres matutinos.

Otro sorbo al descafé y la prórroga había terminado, de modo que fui otra vez por ella.

“Hija mía, mamacita, ya despierta”; dicho esto mientras la levantaba en mis brazos para llevarla a donde le cambiaría la ropa.

A diferencia de lo que es habitual, Megan no despertó con una sonrisa. Apenas abrió sus grandes ojos, se dirigió a mí articulando una oración:

“No sé don’stá San-co-clós”

Tiburcia y yo no pudimos contener la carcajada. Lo siguiente fue explicar la situación a la niña, ante lo cual mostró su acostumbrada sonrisa. El resto del día transcurrió alegre, cotidiano, como puede ser un día alegre y cotidiano en Ciudad Juárez.


Hasta la próxima.

1 comentario:

Hi5 dijo...

Que bonito escrito. Te felicito por los sentimientos expresados.