viernes, 17 de julio de 2015

Allá voy

El año pasado era el señalado, pero no se pudo. No recuerdo el porqué, ni viene al caso. Este 2015 casi se me pasa la fecha límite. Fue Tiburcia —ella siempre tan linda— quien me dio el aviso: “Ya está por cerrar el periodo. Mira: aquí está la información”. Antes que cantaron los gallos que tenemos por vecinos (es decir, al otro lado del patio hay aves d’esas que lo despiertan a uno por las mañanas) tenía lista la ficha de pago. En breve presentaría el examen de admisión a la universidad.

Llegó el día, la hora, la sala, la computadora… y olvidé los consejos que tanto he repetido. Contesté en orden, de la pregunta 1 a la 190. Luego de una hora con quince minutos me sentía confiado de obtener una buena nota, de modo que no repasé. Me dieron de inmediato la puntuación final: 171 aciertos menos la penalización de 4.75, igual a 166.25. Soy honesto: esperaba algo mejor (pero p’s ya qué).

Días aquí, días allá: elección de materias, pago de inscripción, algunas encuestas vía Internet, asignación de matrícula, evaluación de inglés (nivel 6 de 9) y evaluación médica (todo bien, excepto los 15 kilogramos de sobrepeso). Conocí o reconocí algunos futuros compañeros: gente joven, muy talentosos, actualizados, con todo por delante… ¿qué voy a hacer a mis cuarenta y tantos años estudiando literatura hispanomexicana? No sé. No tengo idea de los métodos, de los sistemas de enseñanza. Tengo una familia que me apoya, la mente abierta y la convicción de aprender sin descanso todo lo posible y terminar la carrera (también el título es importante ahora), espero que eso me ayude a superar los obstáculos.

¿Qué sigue? Curso de inducción… y el 10 de agosto a las 7 de la mañana mi primera clase luego de varios años.

Sí, estoy nervioso. Emocionado, también.

viernes, 3 de abril de 2015

Pepito, la lógica y el futbol

Apenas entró al salón, anunció el examen sorpresa... de lógica... y oral. Todos en el salón lo intuían: sería otro intento de la educadora a fin de reprobar al más irreverente y pícaro de la clase. Más allá de sus incontables travesuras, a algunos de los profesores les exasperaba la afición que el “diantre mocoso” tenía por el futbol.

Para dar inicio al examen (y borrar cualquier duda de sus verdaderas intenciones), la maestra se dirigió a...

—Pepito, ¡de pie!

—Sí, maestra.

—Danos por favor un ejemplo de una falacia.

—Claro, maestra: Días antes de la copa mundial de futbol 2014 (cuya sede fue Brasil), un rayo cayó sobre una estatua de Cristo en el país ya mencionado lastimándole el dedo pulgar, de modo que le dejó cuatro dedos sanos en esa mano. Ello demuestra que Dios ya sabía que Brasil quedaría en cuarto lugar.

—Ah, Pepito, lo has hecho bien. Me pregunto si podrás hablar de otra cosa que no sea futbol con... digamos... un silogismo.

—Sí, maestra, por supuesto: Se sabe que el equipo que mete más goles gana, luego en la final Alemania metió más goles que Argentina, en consecuencia Alemania ganó la copa.

—¡Pepito! ¡Te dije que no hablaras de futbol! Mira, te voy a dar una última oportunidad, pero donde menciones cualquier cosa directamente relacionada con el futbol, ¡quedarás reprobado!

—Perdón, perdón… ya entendí.

—A ver si es cierto, danos una inferencia inmediata.

—Por supuesto, maestra, a’i le va: La Castañeda...

—¿La Castañeda, qué?

—¿Qué era La Castañeda, maestra?

—Pues manicomio, era manicomio.

—Allí está: La Castañeda era un manicomio, ergo… ¡no era penal!