Tuve ganas de andar los pocos metros que me separaban de la entrada a la parroquia, hacerme notar entre la multitud, gritar la verdad: que los estaban engañando, que todo era un fraude, que les estaban robando su dinero al venderles una mentira…
Pero será mejor narrar esta historia desde el principio.
Hace años yo era apenas un niño, como todos los adultos de ahora que antes eran niños. Tal vez algunos de los que lean esto fueron niños en la misma época que yo lo fui, quién sabe. El caso es que, siendo un niño, en ocasiones nos tenían que dejar encargados con una señora que nos cuidaba. “Cualis”, le decíamos a aquella señora; creo que se llamaba Pascuala. Muy religiosa, y eso se notaba en casi todo: su forma de vestir, de hablar, de conducirse; también en los motivos religiosos que colgaban de las paredes de su casa y de su cuello…
Cierta ocasión, mi hermano (mayor que yo por dos años) y yo fuimos llevados con Cualis. Cosa rara, pues era Domingo y los Domingos no había necesidad de que Cualis nos cuidara. Llegando a su casa nos encontramos con otro niño y se nos comunicó que para ese día teníamos una misión: vender ramos. La semana mayor iniciaba y había que aprovechar la fe para sacar algún dividendo.
Se nos entregó la mercancía contada, se nos hizo un cálculo de cuánto debíamos entregar al final de la jornada, basado en el precio del producto por la cantidad de producto. Nos dejaron afuera de una parroquia y comenzamos la vendimia. Resulta extraño que, dejados en aquella ocasión con la señora que nos cuidaba, ella nos hubiera dejado sin cuidado, al amparo de nadie y de nada, sólo su bendición.
“¡Ramos, ramos… ramos a peso!”
Bueno, no recuerdo con exactitud si eran a peso, pero vamos a suponer que así era.
No éramos los tres chiquillos los únicos vendedores; en realidad por momentos había más vendedores que otra cosa. “¡Ramoooos a peesoooo!”.
En eso estábamos cuando al vendedor de al lado se acercó un feligrés preguntando el precio de los ramos. —Éstos a peso y éstos otros a dos pesos, porque están benditos— aclaró el vendedor.
Fue cuestión de minutos para que la gran mayoría de los crédulos creyentes marcara una sorprendente preferencia de los ramos benditos sobre los no-benditos. Mi hermano, el otro niño y yo vendíamos cada vez menos según avanzaba el tiempo.
—¿Están benditos estos ramos? — preguntó un potencial comprador a mi hermano. —Sí— contestó mi consanguíneo al tiempo que me guiñaba un ojo disimuladamente, señal inequívoca de que acababa de contar una mentira y de paso hacerme su cómplice —… y por eso están a tres pesos— remató.
Momentos después, todos los vendedores teníamos “mercancía bendita a precio justo”. La gente compraba ramos como si de apartar su lugar en el paraíso se tratara. Tuve ganas de andar los pocos metros que me separaban de la entrada a la parroquia, hacerme notar entre la multitud, gritar la verdad: que los estaban engañando, que todo era un fraude, que les estaban robando su dinero al venderles una mentira, que los ramos no estaban benditos… mi hermano interrumpió mi cavilación: “Toma estos ramos y ve a vendérselos a la gente que viene llegando; ya sabes cómo.”
La vendimia fue un éxito para todos los vendedores, creo. Cualis estaba más que contenta con los resultados y nos entregó una significante gratificación (que nosotros sumamos a lo que ya habíamos guardado, ejem). Nunca, hasta ahora, hemos vuelto a realizar tal actividad.
Muchos años después, recuerdo aquel episodio y no puedo menos que reflexionar sobre los detalles...
• La credulidad de las masas les lleva a entregar su arduamente ganado dinero a cambio de nada o, a lo mucho, de un placebo.
• Si tan sólo fueran un poco escépticos, habrían caído en la cuenta de que los ramos no estaban benditos.
• La actitud de los vendedores es apenas una mínima expresión de lo que hacen los dirigentes religiosos: obtener jugosas ganancias a partir de vender una falacia.
• Ergo: fe ciega = estupidez.
No puedo evitar, por último, reparar en cierta alegoría/analogía:
- Por un lado, el origen mitológico bíblico de la semana santa. Básicamente, la imagen de Jesús montado sobre un burro.
- Por otro lado, la realidad actual. Los seguidores de Cristo manteniendo a Sacerdotes, Ovispos, Cardenales, Papas y asociados.
- Jesús representa a la cúpula del catolicismo (y similares); el burro, a la parte del pueblo que forma la iglesia. Así como el burro carga a Jesús, los fieles van cargando al clero.
El burro sin voluntad, sin raciocinio, conducido por un clérigo que obtendrá su propio provecho. El burro, auténtica bestia, queda como un accesorio indubitablemente necesario, pero de segundo orden.
Entiendo que lo anterior es una interpretación personal, subjetiva y limitada.
Conclusión: sin importar que usted crea o no en Dios, no permita que lo traten como a un burro.
Hasta la próxima.
10 comentarios:
Me permito diferir de su conclusión. Para mí, la moraleja de la historia es: Sin importar que usted crea o no en Dios, si permites que te traten como a un burro, lo tienes merecido.
Lord Eggs: permiso completamente justificado.
Crea o no en Dios, en los chakras, el aura, el agua mágica de Chalma, las ranas de la suerte...
Sólo basta decir que algo tiene poderes mágicos capaz de hacerlo menos feo, más feliz, más rico, más potente...¡Bah! Es sólo mercadotecnia.
Me voy a poner en la puerta de esa iglesia a vender ramos ultra-bendecidos a 4 pesos. Diré que son del jardín del Papa.
Saludos.
Yo obtengo una importante moraleja de esta edificante historia.
Con el marketing adecuado, cualquier precio puede pasar como justo.
Pues....
No solo pasa en la religion.
Piensen en los deportes, las telenovelas, la musica popular, los partidos politicos, etc.
Solo el pueblo que le encanta el azucar es el culpable, AMEN
Pareciera que los humanos, siempre, necesitamos rituales para tolerar la angustia. Hasta el cerebro de Einstein se puede volver fetiche. El punto crucial de tu anécdota, creo, es lo empobrecedor que resulta asociar rito con estupidez.
Bendito seas, Joel
Coincido ampliamente con Bugman porque no solo los ramos bendecidos, cualquier cosa con el mkt adecuado tiene exito, que tal la hieloterapia o las tinas esas que andan pintando el agua de color lodo???
Hola.
Me encantó esta historia.
La veo como en una película y yo adentro.
Cuali es encantadora.
Abrazos.
Me recordó a mi escuela de monjas, snif.
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